el silvador

Escucho el aullido de aviones de guerra volando bajo, los pajaritos arrancan con descomunal alboroto de alas y graznidos; hasta la lagartija que vive entre las matas de albahaca brinca por el aire y desaparece por una grieta de la pared. Parpadeando contra el sol veo pasar los aviones, al parecer hacen gala para los del aeropuerto naval al otro lado del río. Un águila sale huyendo, volando hacia el norte, o ¿será que tan patriótico show bélico de desperdicio descarado de petróleo haya tenido como gran final que los aviones cagaran águilas, expulsándo los pobres pájaros de sus humeantes traseros metálicos?
Imagino la sorpresa de las águilas al ser lanzadas desde los intestinos mecánicos de los aviones grisverdosos, y su alegría al volar más rápido y lejos que jamás creyeran posible (para no imaginarme el susto, las plumas chamuscadas, el crujido de los huesos huecos y delicados).
Pensando en las águilas y los peces apetitosos que encontrarán al llegar al mar, al escaparse de los aviones asesinos, silbo hacia adentro como es mi costumbre.
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